LA SOLEDAD QUE NUNCA LLEGA

Ésa fue una noche más. Una de esas noches en que llego cansada, con ganas de acostarme pronto y al final, termino abriendo la puerta de casa con el sol a las espaldas.

No iba a ser una buena noche, poco a poco los sucesos fueron delatándolo. ¿Sabes uno de esos días en que no que te apetece estar con nadie, pero no quieres llegar a casa puesto que allí tampoco encontrarás la soledad? Pues así era la situación en la que me encontraba. Pero me dejé llevar por las ganas de los demás.
Me encontré con situaciones, personas y conversaciones que llegaron en mal momento y todos a la vez. Y finalmente me quedé sin fuerza, sin ganas de seguir; tan solo de cerrar los ojos y que nada hubiera pasado.
Necesitaba hablar con alguien, desahogarme y exagerar lo que sentía dentro de mi. Era consciente de que no era tan grave, pero también que en ese momento los factores externos me hacían ver las cosas peor de lo que estaban.
Solo quise explotar, quitarme la presión que sentía dentro. Que me escucharan y en silencio me abrazaran. Pero eso no sucedió así. Lo que en ese momento me rodeaba hizo aumentar la opresión con la que cargaba y estallar.

Fue entonces cuando me sentí más incomprendida todavía. Con ganas de gritar y hacer entender a los que me rodean que, a veces, cuando uno está así, lo que menos necesita es que le den una opinión práctica, sencilla y realista. Sino todo lo contrario, aunque no se esté de acuerdo con lo que le están diciendo. Dejarlo para mañana. En ese momento tan solo necesitas una mirada, una voz comprensiva,…